En medio del caos y la velocidad con la que vivimos, es fácil perder de vista lo que realmente importa. Pero la historia de esta mujer, quien ungió a Jesús con un frasco de nardo puro, nos detiene en seco. Nos invita a mirarnos a nosotros mismos y a preguntarnos: ¿Qué estamos dispuestos a entregar por amor a Dios?
"3 Pero estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho precio; y quebrando el vaso de alabastro, se lo derramó sobre su cabeza. 4 Y hubo algunos que se enojaron dentro de sí, y dijeron: ¿Para qué se ha hecho este desperdicio de perfume? 5 Porque podía haberse vendido por más de trescientos denarios, y haberse dado a los pobres. Y murmuraban contra ella. 6 Pero Jesús dijo: Dejadla, ¿por qué la molestáis? Buena obra me ha hecho. 7 Siempre tendréis a los pobres con vosotros, y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis. 8 Esta ha hecho lo que podía; porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. 9 De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que esta ha hecho, para memoria de ella." Marcos 14:3-10
Ella no ofreció cualquier cosa; entregó lo más valioso que tenía. Su acto fue incomprendido por muchos, visto incluso como un desperdicio. Pero Jesús, que ve más allá de lo que los ojos humanos pueden percibir, reconoció en este gesto la más pura forma de adoración. No se trató solo de un perfume; se trató de un corazón que se derramaba en adoración, de una vida que se rendía completamente a los pies del Salvador.
La adoración es un acto de entrega total
Al igual que esta mujer, nuestra adoración debe ser un reflejo de nuestro amor incondicional a Dios. Es un llamado a rendirnos completamente, a entregar todo lo que somos y lo que tenemos, no por obligación, sino por un amor que arde en nuestro corazón.
La adoración no conoce límites
No está confinada a un lugar o un momento específico. Así como esta mujer adoró a Jesús en medio de una casa llena de personas, también nosotros podemos adorar a Dios en cada rincón de nuestra vida, en cada acto de nuestra jornada. Cada suspiro, cada latido puede ser una ofrenda de amor a Él.
La adoración implica sacrificio
A veces, adorar a Dios significa renunciar a nuestros propios deseos, poner a un lado nuestras comodidades, y entregar lo más valioso que tenemos. Pero en ese sacrificio, encontramos una alegría y una paz que nada en este mundo puede ofrecer.
La adoración es profundamente personal
Cada uno de nosotros tiene una forma única de acercarse a Dios, de expresar ese amor. No importa cómo lo hagamos, lo importante es que sea sincero, que provenga de un corazón que ha sido transformado por Su gracia y Su amor.
Profesión de Fe
Señor, hoy vengo ante ti con un corazón contrito y humillado, reconociendo que muchas veces he puesto mis propios deseos por encima de tu llamado. Ayúdame a entregarte lo mejor de mí, a adorarte no solo con mis palabras, sino con toda mi vida. Quiero que mi ser entero sea un sacrificio vivo, santo y agradable a ti. Que mi vida exhale el aroma de tu amor y sea un testimonio de tu infinita gracia. En el nombre poderoso de Jesús, Amén.
Este es un llamado, querido lector, a detenernos, a reflexionar y a entregarnos completamente a Dios. Es una invitación a rendir nuestros corazones, a volvernos hacia Él con un amor sin reservas, y a experimentar la transformación que solo Su amor puede traer a nuestras vidas. Que hoy sea el día en que dejemos todo a Sus pies, y permitamos que Su presencia llene cada rincón de nuestro ser.