En los Evangelios, se relata la historia de unos pescadores, hombres comunes como tú y yo, que recibieron una invitación radical. Jesús, el Hijo de Dios, les miró y dijo: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19). Pedro, Andrés, Santiago y Juan dejaron sus redes, sus barcas, su modo de vida, y lo siguieron sin reservas. ¿Qué los movió a tomar una decisión tan arriesgada? El brillo en los ojos de Jesús les mostró algo más valioso que el sustento diario. Jesús les ofrecía un propósito eterno.
El mismo llamado que hizo a aquellos hombres lo hace a ti hoy: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lucas 9:23). Jesús no promete un camino fácil; te pide que lleves una cruz. La cruz simboliza muerte, no solo la de Cristo, sino la tuya propia: la muerte al egoísmo, al orgullo, a los placeres fugaces que este mundo ofrece. Pero en esa renuncia se encuentra la libertad que anhela tu alma.
Renunciar parece duro
Vivimos en una sociedad que nos grita que acumulemos, que persigamos nuestros sueños a cualquier costo. Pero Cristo te dice: "¿De qué le aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?" (Mateo 16:26). Él nos recuerda que la verdadera riqueza no está en lo material, sino en lo espiritual, en la relación íntima con el Padre.
Pedro, al ver todo lo que había dejado atrás, le preguntó a Jesús: "He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido, ¿qué tendremos?" (Marcos 10:28). Jesús respondió con una promesa asombrosa: "Cualquiera que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o tierras por causa de mí y del evangelio, recibirá cien veces más ahora en este tiempo, y en la vida venidera, la vida eterna" (Marcos 10:29-30). Es decir, lo que Él ofrece es mucho más de lo que jamás podríamos imaginar.
A lo largo de los siglos, millones de personas han decidido seguir a Cristo
¿Por qué siguen a Cristo? Porque encontraron en Él algo que este mundo jamás les pudo dar: paz, propósito, redención, y vida eterna. Jesús no te pide que renuncies por renunciar. Él te pide que sueltes lo efímero para tomar lo eterno.
Quizás te preguntas, ¿vale la pena? La respuesta es sencilla: sí, vale más de lo que puedes imaginar. El tesoro que Jesús te ofrece es un amor incondicional, una paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7), y la seguridad de una vida eterna junto a Él. Soltar lo que te ata a este mundo no es perder, es ganar una relación profunda con el Creador del universo, una conexión que nada ni nadie te podrá arrebatar.
Oración
Padre celestial, en tu infinita misericordia nos llamas a dejarlo todo y seguirte, no como un sacrificio vacío, sino como un paso hacia la verdadera libertad y el tesoro eterno que tienes para nosotros. Danos el valor de tomar nuestra cruz, de soltar todo aquello que nos separa de tu amor. Que nunca olvidemos que lo que tú nos ofreces es infinitamente mayor que cualquier cosa que podamos encontrar en este mundo. Guíanos en tu verdad y llénanos con tu Espíritu Santo para seguirte con todo nuestro corazón. En el nombre de Jesús, nuestro Salvador, Amén.