El eco de un mandato
Imagina por un momento a Jesús, reunido con sus discípulos por última vez. Su voz cargada de amor y convicción, su mirada fija en ellos, en nosotros, y en cada ser humano que alguna vez existiría. Con ese mismo amor, nos entregó una misión que aún hoy resuena en el aire: "Id y haced discípulos a todas las naciones" (Mateo 28:19). No era solo una instrucción; era el latido de Su corazón, un latido que pide que llevemos esperanza, consuelo y amor a cada alma que sufre, a cada rincón del mundo donde el dolor ha hecho su hogar.
Y nosotros, los herederos de ese mandato, ¿qué hacemos con este llamado? ¿Cómo respondemos al clamor del mundo, al llanto del que no tiene voz, al sufrimiento del que se siente invisible? Nos cuesta admitirlo, pero a veces preferimos no escuchar. Preferimos mantenernos en la comodidad de nuestras vidas. Sin embargo, querido lector, este mandato no es para otros. Es para ti. Es para mí. Es para todos.
Más allá de las fronteras
El amor de Jesús no tiene límites. No distingue entre razas, idiomas ni creencias. "Porque de tal manera amó Dios al mundo" (Juan 3:16), nos recuerda que Su sacrificio fue por todos, sin excepción. Pero cuando miramos a nuestro alrededor, cuando vemos las imágenes de aquellos que sufren, de los que luchan por sobrevivir, algo dentro de nosotros se quiebra. Sabemos, en lo más profundo de nuestro ser, que no podemos quedarnos de brazos cruzados. Que el amor no es verdadero si no nos mueve a actuar.
Ese es el llamado más grande del evangelio: ir más allá de nuestras fronteras, físicas y emocionales. Amar a quien no conocemos. Tender la mano al que nunca ha oído nuestro nombre. Ser la respuesta al dolor de otros, sin importar de dónde sean ni qué crean. Porque el dolor humano no conoce de fronteras. Tampoco el amor de Dios.
Querido lector, la vida es breve, y cada día es una nueva oportunidad de ser las manos y pies de Jesús en este mundo. "La fe sin obras es muerta" (Santiago 2:17). ¿Qué puedes hacer hoy para cambiar la vida de alguien? No necesitas viajar lejos para hacer una diferencia. A veces, el amor empieza con una pequeña acción en tu propia comunidad, en tu propia familia. Pero, si sientes el peso de un llamado mayor, uno que te impulse a ir más allá, entonces escucha atentamente: Jesús te está invitando a ser parte de algo eterno.
Si eres cristiano, este es tu mandato. No es opcional. Es un deber sagrado, porque conoces el amor que cambia corazones, que restaura almas, y que da vida donde solo había desolación. Si no lo compartes, ¿quién lo hará? Si no eres cristiano, aún así te invitamos a abrir tu corazón a la posibilidad de un mundo mejor, a explorar el impacto que el amor, la compasión y el servicio pueden tener en tu vida y en los demás.
Un futuro lleno de esperanza
La historia nos muestra que, cuando trabajamos juntos, cuando dejamos de lado nuestras diferencias y nos unimos bajo un propósito común, somos capaces de lograr cosas que parecían imposibles. La compasión puede curar las heridas más profundas. El amor puede romper las barreras más altas. Juntos, podemos crear un futuro donde todos tengan agua para beber, alimentos para comer, un techo sobre sus cabezas y un lugar donde se les ame y se les valore.
No permitas que el mundo te haga insensible al sufrimiento de otros. No permitas que el ruido del día a día apague el latido de tu corazón que clama por justicia y compasión. Este es el momento de actuar. Este es el momento de amar sin fronteras. Este es el momento de hacer una diferencia.
"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16).
"Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma" (Santiago 2:17).
"Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura" (Marcos 16:15).
Querido lector, únete a nosotros en este viaje de amor, de fe y de esperanza. El mundo necesita más corazones que latan al ritmo del sufrimiento ajeno. Que ese corazón sea el tuyo.