Más allá de las palabras
A veces, pensamos que cambiar el mundo es un sueño lejano, una tarea que queda para otros. Pero Jesús nos mostró algo diferente. Él, siendo el Hijo de Dios, se inclinó a lavar los pies de sus discípulos, tocó las heridas de los leprosos y alimentó a los hambrientos. Nos enseñó que la verdadera transformación comienza con un corazón dispuesto a amar, a servir, a dar lo mejor de sí por los demás.
La misión cristiana no es solo predicar. Es tocar vidas con nuestras acciones, es reflejar el amor de Dios de una manera tan tangible, que el mundo no pueda negar su existencia. Es cuidar del hambriento, dar abrigo al desamparado, sanar al herido, y traer justicia al oprimido. Jesús nos enseñó a amar sin medida, y ese es el llamado que nos hace hoy.
Un amor que transforma vidas
Imagina por un momento a un padre de familia, que no tiene cómo alimentar a sus hijos. Imagina el dolor en sus ojos, el peso de la desesperación. Ahora imagina que, en ese momento de necesidad, alguien aparece con una sonrisa, con un plato de comida, con palabras de aliento y un abrazo. Ese simple acto, ese gesto que tal vez para ti sea pequeño, para él lo es todo. No solo alimenta su cuerpo, sino también su alma. Ese es el amor que cambia el mundo.
Cuando decimos que queremos un mundo mejor, más pacífico, más justo, estamos diciendo que queremos más amor en acción. Un amor que no se queda en palabras, sino que se mueve, que se arremanga las mangas y se lanza a las calles, a los lugares más oscuros, para traer luz, para traer esperanza.
Una revolución de amor
La misión a la que somos llamados es mucho más que asistir a la iglesia los domingos. Es un compromiso con el bienestar de nuestros semejantes, un compromiso con la paz, con la justicia y con el amor. Jesús nos llamó a ser la sal y la luz del mundo, a ser constructores de puentes, a ser portadores de esperanza.
No importa cuán pequeña o grande sea tu contribución. Como dijo el apóstol Santiago: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2:17). Cada sonrisa, cada palabra amable, cada acto de bondad es una semilla que siembras en el corazón de alguien, y esas semillas pueden florecer en amor, en paz, en justicia.
Hoy, querido lector, te invitamos a unirte a esta revolución de amor. No necesitas ser perfecto, no necesitas tener todas las respuestas. Solo necesitas estar dispuesto a decir "sí". Un "sí" a ser parte del cambio, un "sí" a amar sin condiciones, un "sí" a servir a los demás, como Jesús lo hizo. Porque es en ese servicio donde encontramos el verdadero sentido de nuestra vida.
Si anhelas un país en paz, comienza con tu familia. Si sueñas con un mundo unido, empieza por amar a tu prójimo. Si deseas que las naciones se unan en Cristo, sé tú quien extienda la mano primero. Cada pequeño acto de amor es una semilla que puede crecer y transformar todo a su alrededor.
La transformación empieza en el corazón
Antes de transformar el mundo, debemos dejar que Dios transforme nuestros corazones. Es en la entrega a Su voluntad, en la humildad de reconocer nuestras propias fallas, que encontramos la fuerza para ser agentes de cambio. Jesús no te llama porque eres perfecto, te llama porque estás dispuesto. Porque en Su amor, encontramos el coraje para ser mejores padres, mejores hijos, mejores amigos. Para ser personas que edifican a quienes nos rodean, que levantan al caído y sanan al herido.
El mundo está sediento de amor, de esperanza, de compasión. Y tú tienes la respuesta. Tienes el poder de cambiar vidas, de sanar corazones rotos, de traer paz donde hay caos. La misión cristiana no es solo un deber, es un privilegio. Un privilegio de ser las manos y los pies de Jesús en un mundo que clama por ser restaurado.
Hoy, te invitamos a sembrar semillas de esperanza. A ser parte de esta revolución de amor. Juntos, podemos construir un mundo mejor, un mundo donde cada acto de bondad sea un reflejo del amor de Dios. Un mundo donde las naciones se unan en paz, donde los padres e hijos se reconcilien, donde el amor sea nuestra bandera.
Juan 13:35: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros.”
Santiago 1:27: “La religión pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.”
Mateo 25:40: "El Rey les responderá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis."