Hay un lamento en el alma sin Dios, en forma de desesperación y búsqueda incesante de una paz que no alcanza con sus esfuerzos religiosos y creencias diversas, es un real anhelo de salvación: “Ha pasado la siega, se ha acabado el verano, ¡y nosotros no hemos sido salvos!” (Jeremías 8:20) Mientras que son muchos los que creen y enseñan que no es necesario evangelizar, ni hacer labor misionera, porque según ellos, argumentan que, dado que Dios ya ha predestinado a quienes serán salvados, no es necesario predicar o evangelizar. Esto es como si alguien hubiera enseñado a los agricultores que, pues Dios es soberano, él va a dar una cosecha solamente cuando él lo quisiera, y por esto será en vano cultivar la tierra y sembrar semilla. Pues, si tratamos de cultivar y sembrar, no estamos dejando todo en las manos del Soberano Dios. Además, no hay relación entre el sembrar y el cosechar. ¿Qué tal de esa doctrina? ¡Si los agricultores la hubieran creído, todos morirían de hambre!
El mismo resultado pasa si la iglesia cree que la gente se convertirá, sin necesidad de evangelizar y hacer obra misionera, que todo sucederá como regalo de la soberanía de Dios, y que no existen leyes de causa y efecto en el avivamiento y en el avance de la Obra del Señor. ¿Cuáles serán los resultados de esta doctrina? ¡Pues que una y otra generación irán al infierno! Ya millones y millones de personas han ido al infierno mientras que la iglesia espera que Dios los salve sin orar, sin evangelizar, sin invertir recursos en la evangelización y en el trabajo misionero, y sin hacer nada para que Dios envíe obreros al campo que necesita ser sembrado y cosechado. ¡Ésta es la obra del diablo; el engañador! Porque el mandamiento de Jesús es: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mateo 28:19–20)
Recordemos la historia maravillosa del evangelista Felipe y el etíope: Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías. Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? El dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él.
El pasaje de la Escritura que leía era este: Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, Así no abrió su boca. En su humillación no se le hizo justicia; Mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida. Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús. Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino. Pero Felipe se encontró en Azoto; y pasando, anunciaba el evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea. (Hechos 8:26–40)
Pastor José Omar Tejeiro Ramirez.