La Cicatriz Que Sana
En Lucas 24:28-53 leemos: "28 Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos. 29 Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos. 30 Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. 31 Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista. 32 Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? 33 Y levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, 34 que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón. 35 Entonces ellos contaban las cosas que les habían acontecido en el camino, y cómo le habían reconocido al partir el pan."
Este pasaje refleja la experiencia de muchos de nosotros: caminamos por la vida sin darnos cuenta de que Jesús está a nuestro lado, esperando que abramos los ojos a su presencia. Tal como los discípulos de Emaús, nuestras cicatrices, dudas y sufrimientos nos impiden reconocerlo. Pero Jesús, en su gracia, transforma esas heridas en oportunidades para que experimentemos su amor y poder. "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?" preguntaron los discípulos. Ese ardor es el llamado de Dios, que despierta nuestro ser interior, invitándonos a un cambio profundo.
El dolor como punto de partida
Como enseña 2 Corintios 12:9-10, Dios perfecciona Su poder en nuestra debilidad. El dolor es muchas veces el comienzo de una gran transformación. "Bástate mi gracia," dice el Señor, porque nuestras cicatrices son el terreno donde Su gracia florece.
Un encuentro real con Dios
Jeremías 29:13 promete que si buscamos a Dios con todo nuestro corazón, lo hallaremos. Un encuentro verdadero con Él es el único camino hacia una transformación auténtica.
La comunidad como bálsamo
Al igual que los discípulos que regresaron a Jerusalén para compartir su experiencia, necesitamos una comunidad que nos ayude a sostener nuestra fe. Proverbios 27:17 nos recuerda que “el hierro con hierro se afila,” y eso incluye nuestras relaciones con los demás.
Tu carácter, una obra maestra moldeada por la gracia.
La Marca de Dios en Nosotros
En Apocalipsis 7:17 leemos: "Porque el Cordero... enjugará toda lágrima de los ojos de ellos." Esa promesa nos asegura que nuestras cicatrices no solo serán sanadas, sino transformadas en un testimonio de la gloria de Dios. Él nos marca como sus hijos amados, restaurando nuestra identidad en Cristo.